El jersey de Marcelino Camacho
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Una de las últimas entrevistas a Marcelino Camacho, si no la última, se publicó en este periódico hace algo más de un año. Pere Rusiñol contaba que el anciano sindicalista y su compañera, Josefina Semper, seguían viviendo en un modesto piso sin ascensor de 60 metros cuadrados, que habían comprado 58 años atrás, y que sumadas sus dos pensiones juntaban 1.500 euros al mes.
Durante la interviú, el periodista anotó dos gestos que denotan la reafirmación ideológica de Camacho a lo largo de su vida sindical y política. Marcelino mostró a Rusiñol el viejo carné de diputado comunista por Madrid, fechado en 1977, y eludió hacer lo propio con el de militante número 1 de Comisiones Obreras por temor a estropearlo: Mientras viva continuaré con esta militancia, dijo.
Esa militancia tuvo un distintivo durante la Transición que todos recordamos: los sobrios jerseys de lana de cuello vuelto que Josefina empezó a tejer para arropar a su compañero durante los años de cárcel que hubo de soportar bajo la dictadura. Esa prenda vistió de humanidad y sencillez el talante de un sindicalista que respiraba esas virtudes en la cordialidad y nobleza de su trato.
En el prólogo a la Memorias de Marcelino Camacho, Manuel Vázquez Montalbán dice de su protagonista que luchó como peón de la Historia en la Guerra Civil, y que, a partir de la derrota personal y de clase, se movió como un héroe griego positivo, en la lucha contra el destino programado por los vencedores, personal y coralmente…Toda su vida será un trabajador que considera que el mundo no está bien hecho. Es decir, que no está hecho a la medida de los débiles.
Hace unos meses fue noticia que uno de los jerseys de Marcelino Camacho había entrado a formar parte de los fondos que integran el Museo de Adolfo Suárez y la Transición en Cebreros (Ávila). Deberían tenerlo en cuenta aquellos líderes sindicalistas que lucen prendas Burberry cuando convocan huelgas generales ante las reformas laborales regresivas del Gobierno.
En Cebreros está la memoria de lana que tejió Josefina para arropar de dignidad y compromiso la talla humana y militante de su compañero. Es de desear que su significado no se convierta nunca en un objeto de museo del sindicalismo en España. Sobre todo porque se ciernen tiempos en que habrá que dar esa talla en la calle y a cuerpo.
La dignidad del preso más célebre
Un torturado cuenta su experiencia junto a Camacho en la prisión
RAFAEL FRAGUAS - Madrid
Un torturado cuenta su experiencia junto a Camacho en la prisión
RAFAEL FRAGUAS - Madrid
"Cuando llegué a Carabanchel tras permanecer 13 días de interrogatorios y torturas ininterrumpidas en la Dirección General de Seguridad, en enero de 1971", cuenta el escritor Gonzalo Moure, "los estudiantes como yo estábamos en la tercera galería. Ellos, los dirigentes comunistas y sindicalistas, se encontraban aislados en la sexta galería, sin comunicación posible con nosotros. Sin embargo", añade Moure, "Marcelino se las arregló para venir con Luis Lucio Lobato a visitarnos y participar en una reunión para darnos ánimos".
Moure prosigue emocionado: "Me llamaron la atención las palabras de aliento que me dirigía, la bonanza y la tranquila dignidad que irradiaban para confortarme de las torturas sufridas". Y aún añade un rasgo más: "La pulcritud de su atuendo, la limpieza que mostraba le otorgaban una dignidad que nos servía de ejemplo para no desplomarnos ante el sufrimiento que nos esperaba en la cárcel. Era algo así como una suerte de aura, de santidad laica", subraya. "Nos daba la fuerza necesaria para resistir todo aquello".
Marcelino Camacho Abad, soriano de nacimiento, obrero de oficio y representante sindical por vocación, fue un hombre sobrio, de firmes convicciones igualitarias que cultivó desde su adolescencia. Amante de la lectura y de la conversación, con un profundo sentido de la comunicación interpersonal, asoció su incesante actividad política y sindical con un modelo de vida basado en la honestidad, la austeridad y el optimismo racional. Tan hondas convicciones igualitarias, comunistas, no estuvieron nunca en él reñidas con su cualidad de líder, de la que nunca abdicó. Su capacidad para generar confianza y afecto, lo que se ha denominado carisma, le aseguró casi siempre el voto de sus compañeros y su correspondiente elección como representante o delegado. Y ello en condiciones muy adversas por la proscripción total del sindicalismo y de la acción política por parte del franquismo, que sufrió en sus carnes durante 40 años.
Inteligente, riguroso consigo mismo y benevolente con sus compañeros, Camacho aplicaba con enorme rigor una de las características señeras de la cultura política comunista y que él amplió a la del sindicalismo: la organización de la lucha. No concebía ninguna actividad sin prever ese requisito. Tal exigencia le procuraba situarse en posiciones por completo alejadas del aventurerismo, su verdadera bestia negra, dado su enorme compromiso personal por conseguir ahorrar a sus representados la mayor cuota posible de riesgos y sufrimientos derivados de la lucha. Esta vigilancia constante por eludir daños a los demás se hallaba en el origen de su estatura moral, encomiada por cuantos le conocieron, como sus compañeros de la Perkins. La policía franquista, que rara vez se atrevió a levantarle la mano, le temía por la dignidad de su entereza y por el hondo afecto que generaba en los demás presos. Sus allegados le consideraron capaz de conjugar la audacia con la prudencia. Sus cualidades como negociador le granjearon asimismo fama de hombre de palabra, inteligente y justo. Marcelino Camacho fue un líder nato en los momentos triunfantes de la lucha pero también en los episodios más duros y sombríos de la represión, frente a la cual supo blandir su dignidad como escudo de los demás y arma de su espíritu indomable.
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