¿Escasez? ¿Qué escasez?
En el caso del tráfico y venta de armas la indiferencia
tiene consecuencias letales
MOISÉS NAÍM
24 MAR 2012 - 18:11 CET El País
¿Qué es lo que nunca falta? ¿Qué es lo que siempre parece haber en
abundancia aun en los lugares más pobres o más remotos del mundo?
Armas.
¿Cuándo fue la última vez que supimos que una guerra, una insurgencia o un
movimiento guerrillero cesó o amainó porque a una de las partes en el conflicto
se le acabaron las balas?
Nunca.
Donde hay guerra siempre aparece el dinero, y donde hay dinero siempre
aparecen las armas. Y no aparecen son solo en las guerras y donde hay dinero.
Las armas también abundan en los lugares más miserables del planeta. En los
centros urbanos donde reinan la escasez y la carestía, donde los bebes no
tienen leche, los jóvenes no tienen libros y donde el hambre es una experiencia
cotidiana, lo que nunca falta son las armas. Pistolas y revólveres, fusiles y
metralletas, lanzagranadas y demás armas portátiles son trágicamente comunes en
los barrios pobres del mundo.
También abundan en rincones donde no hay sino hambre, sed y muerte. En los
pueblos y ciudades de Sudán o Yemen, en la selva de Colombia o en Sri Lanka, en
las montañas del Congo, Afganistán o Chechenia falta de todo. Pero no armas.
Armas que, cada año, causan 500.000 muertes.
El Small Arms Survey es una iniciativa del Centro de Estudios
Internacionales de Ginebra que se especializa en el análisis de los mercados y
las consecuencias del comercio internacional de las armas portátiles. Los
investigadores del Survey estiman que hay 875 millones de esta clase de armas
en circulación en todo el mundo, producidos por más de 1.000 empresas en más de
100 países, que participan en un mercado que mueve 7.000 millones de dólares al
año. Los expertos están de acuerdo en que el principal obstáculo para reducir
los estragos producidos por la proliferación de armas portátiles es la falta de
información. El anonimato en la fabricación, compra y venta de las armas y el
secreto en el destino, las cantidades y el tipo de armas que se comercializan
hace más difícil la puesta en marcha de políticas públicas que puedan mitigar
el problema, y lastran los esfuerzos internacionales necesarios para enfrentar
una amenaza que no respeta las fronteras nacionales. Con el fin de la guerra
fría y la aceleración de la globalización se intensificaron dos tendencias que
complican aun más el trasiego de armas portátiles y el acceso a la información:
la proliferación y la privatización.
Hoy hay más proveedores y compradores que antes y, crecientemente, ni
vendedores ni compradores son los gobiernos o sus fuerzas armadas, sino
clientes “privados” como insurgentes, guerrilleros, terroristas y bandas
criminales.
El incremento de la oferta de armas es notable: antes, las empresas que
fabricaban armas portátiles apenas alcanzaban varios centenares. Hoy son más de
mil, y la cifra va en aumento. Antes, estaban radicadas en un número
relativamente pequeño de países. Hoy están por todas partes. Antes eran
apéndices de los gobiernos, aunque formalmente fuesen empresas privadas. Ahora,
el control gubernamental o militar de la producción de armas se ha debilitado y
hay empresas transnacionales que en la práctica operan de manera muy
independiente de los gobiernos. Debido a ello, los compradores de armas
portátiles actualmente cuentan con más proveedores que nunca para abastecerse.
Y del lado de la demanda también pasa lo mismo: el número de clientes y su
apetito por las armas portátiles va en aumento. Paradójicamente, esto ocurre al
mismo tiempo que las guerras entre países han disminuido (desde los años
noventa, los conflictos armados entre naciones han declinado aceleradamente).
Pero lo contrario ocurre con los conflictos dentro de los países, y hemos visto
cómo han aumentado las guerras civiles, las insurgencias los enfrentamientos
armados entre facciones políticas. La primavera árabe, por ejemplo, ha
producido un shock de demanda en el mercado de armas portátiles. En
Siria, antes de la crisis, un fusil Kaláshnikov (el AK-47) se podía conseguir
por 1.200 dólares en el mercado negro; ahora cuestan más de 2.100 dólares.
Todo esto no quiere decir que los gobiernos y sus
militares no sigan siendo los protagonistas fundamentales en el mercado
internacional de armas portátiles. Estados Unidos y Europa son los principales
productores y exportadores. Pero paradójicamente, también, son los gobiernos de
estos países quienes más esfuerzos están haciendo por contener el boom mundial
de este tipo de armamento. Estamos acostumbrados a la hipocresía en las
relaciones internacionales. A veces su única consecuencia son aburridos
discursos que no tienen mayores efectos. Pero en el caso de la indolencia de la
comunidad internacional con respecto a la proliferación de armas portátiles, y
de los países y empresas que se lucran con ellas, la indiferencia y la hipocresía
tienen consecuencias letales.